lunes, 25 de marzo de 2013

Isabel (5)






5


Cada vez que Isabel se metía una polla en su boca, hacía una felación dulce y bondadosa. Mamaba con ternura. Comenzaba con una masturbación suave y dando besitos en la uretra. Su boca, discretamente cerrada al momento del beso se iba convirtiendo gradualmente en una ventosa que iba tragando poco a poco todo el pene hasta llegar a la base. Una vez que Isabel introducía todo el pene en su garganta, iba succionando con firmeza y suavidad a la vez que iba retirando su boca del pene. Cuando sentía que tenía el glande en su boca, se detenía y chupaba a la vez que me hacía una paja muy tierna y encantadora. Isabel muy rara vez me miraba a los ojos cuando me hacía sexo oral. Cerraba los ojos y se le veía que estaba en pleno estado de éxtasis con la polla en su boca.

lunes, 18 de marzo de 2013

Isabel (4)






4



Cuando ya estaba por correrme Isabel era quien pedía dónde depositar mi caldo hirviente, "tíramelo en la cara". me decía a veces con desesperación, "anda, derrama tu simiente en mis tetas", otras veces; de vez en cuando me sorprendía como la alfombra de plástico negro "échalo aquí, coño, que quiero ver la cantidad de leche que tienen tus huevos". La vez más extravagante fue cuando me pidió que me corriera en un vaso donde me había dado refresco de maracuyá, con su mano izquierda Isabel sostuvo el vaso mientras que con la otra mano me masturbaba, cuidó que al momento de correrme no se cayera al vació ninguna gota de semen. Después del orgasmo, me siguó masturbando suavemente hasta no quedar absolutamente nada de semen en mi uretra. ¡Había logrado llenar un cuarto de vaso con mi semen espeso, caliente y espumoso! Mi pija se estaba poniendo flácida y en la punta del glande asomaba una gotita rebelde de semen, Isabel la chupó con la suavidad de que es un néctar preciado. Yo moría de placer.


Isabel colocó el vaso en una mesita y comenzamos a conversar. Ella habló de su nieta de la que está muy orgullosa, yo hablé de mi rutinario trabajo. El vaso de semen seguía allí, de vez en cuando Isabel lo miraba y me sonreía. "¿Qué vas hacer con eso?", le pregunté, haciendo referencia al semen. "Me da una pena tirarlo, pero no hay más remedio", me dijo. "¿No quieres que los coleccionemos?", dije medio en serio medio en chanza. Isabel me miró con cara de asco. Se levantó y se dirigió a la cocina, pude ver sus piernas llenas de várices y su culo caído pero que tanto placer me había deparado. Lavó el vaso. De pronto me sentí triste por la perdida de millones de mis niños que nunca nacerían.




Las niñas saben divertirse

lunes, 11 de marzo de 2013

Isabel (3)






3


Siempre usaba el mismo perfume, un perfume que sólo puedo describir como de señora de cincuenta años. Sus dientes, a pesar de su edad se mantenían intactos, eran color nácar con ligeros cambios de tono. Sus delgados labios los sentía mucho más gruesos cuando los saboreaba con mi boca.

Follar con Isabel se fue convirtiendo en un ritual. Me esperaba en bata de seda y por debajo de la misma, usaba una lencería de lujo con encajes y detalles artísticos que parecían imitación de Victoria Secret´s. Después de traspasar el umbral y cerrar la puerta, Isabel me daba un beso profundo y húmedo, su lengua exploraba lo más profundo de mi cavidad bucal.

Luego de esos intensos besos me hacía sentar en el sofá de su sala. Vivía sola y tenía un muy reducido pero selecto número de clientes. La mayoría eran ejecutivos que trabajaban en las oficinas de Paseo la Castellana quienes aburridos de sus esposas y al mismo tiempo, no deseando gastar dinero en jóvenes rumanas, encontraban en los cincuenta euros de Isabel el suficiente tiempo para pasar el rato y la descarga sexual respectiva. Yo era el único chaval de treinta años que Isabel atendía.


Isabel y yo compartíamos la misma afición por el arte del cum, meses después de vernos con frecuencia y luego de haber "invertido" casi trescientos euros entre felaciónes y folladas Isabel me confesó que le gustaba ver a sus clientes eyacular. Todos podían correrse en su culo o en su coño -con condón, claro-, pero lo que a ella le gustaba más era que se corrieran en su cara, en sus senos, en su vientre. Me comentó eso después de que en una de nuestras sesiones, ella hubiera preparado un paño negro y lo colocó sobre su vientre, de esa forma, después de que ella me lamió el culo y me masturbó, yo me corría y dejaba mi semen por toda la tela negra.



lunes, 4 de marzo de 2013

Isabel (2)




2

"Yo voy a meterme a puta", dijo otra, y todas rieron de semejante ocurrencia. Cuando sus amigas (quienes también se jubilaban) se reunieron a celebrar, todas comenzarón a inventarse sus proyectos de vejez. "Yo voy a estudiar canto" dijo una, "Yo me voy a vivir para Marbella", dijo otra, "Yo voy a estudiar filosofía", dijo alguna, "Yo no sé qué hacer", dijo Isabel.  Sin embargo, y esto me lo comentaría después, ella sí  lo pensó en el acto: "¿Y si me meto a puta?".

Así fue como después de jubilada decidió disfrutar de una vida sexual libertina y remunerada después de años de austeridad sexual. si bien, ya de por sí, su vida sexual en el matrimonio era una mierda, después de enviudar, Isabel jamás pensó en serle infiel a su difunto esposo. Es por ello que resulta un personaje interesante en la España del último franquismo, de la España de la transición, de la España de la movida, de la España de la abundancia y de la España de la crisis.

Tenía 65 años, una hija y una nieta. Había enviudado a los 50, se jubiló a los 62 años de una clínica privada donde trabajo toda su vida y llegó a ocupar un alto cargo directivo. Isabel medía cerca de un metro sesenta centímetros. Tenía ojos pequeños de un hermoso color verde esmeralda, tenía una mirada muy viva y dinámica. Su rostro comenzaba a delatar su edad, infinitas arrugas comenzaban a marcar territorios, se habían acentuando gracias al clima seco de Madrid. Estaba empezando a perder el cabello el cual era castaño y empezaba a encanecer. Se lo teñía de rubio caramelo que le ayudaba a resaltar su sex-apple. Hablaba muchísimo, pero hacía el amor como una verdadera adolescente.

La primera vez que la visité fue todo una simple transacción comercial. Pagué mis cincuenta euros y tuve mi hora con porciones de sexo oral, de masturbaciones mutuas, de  follarme una pepita, una concha, una empanada, un grandísimo coño jugoso como el de Isabel. Después de la primera cita comencé a llamarla una vez por semana, tan solo llamaba para saludar. No pensaba enamorarme de Isabel y tampoco me enamoraría; pero su fácil conversar y su manera dichacharachera de decir las cosas era un gran aliciente en una ciudad de corazones solitarios como a fin de cuentas era Madrid. En el Duque de Alba ibas, cogías, besabas, te lo mamaban, te estrangulaban la polla con placer y devoción, se tragaban tu leche como si de eso dependiera sus vidas. Pero después de eso, justo cuando el orgasmo ya había pasado y las bocas y las manos se limpiaban con kleenex, venía la palmadita de rigor en el hombro o en la rodilla que se podía interpretar como un "lo disfruté macho, nos vemos".

La segunda vez que decidí volver a follar con Isabel ya habíamos conversado mucho por teléfono, se había convirtido en mi amiga y en mi puta. Esa vez le había comentado lo que quería, "quiero que me lamas el culo mientras me haces una paja", le dije. "¡Picarón!", me respondió Isabel imaginando su mirada de abuela que complace a su nieto con un dulce muy deseado. A partir de allí traté de visitarla una vez al mes. Desde luego, siempre me cobraba, pero las visitas se iban tornando cada vez más fraternas. Isabel me esperaba con una cerveza, un tequila, un café o un refresco de maracuyá. Conversábamos de nuestras vidas, ella me hablaba de sus clientes con la misma indeferencia de que me hablaba de los recados de la semana o de la mierda de mal gobierno que tenemos con Rajoy. Yo le hablaba del trabajo, jamás le confesé a Isabel que era bisexual, temía que no me recibiera más. Ya en nuestro primer encuentro habló sobre la mierda de los matrimonios homosexuales, que si el Caudillo estuviera vivo eso no pasaría,que eso era pecado y antinatura. Además de una puta vieja, Isabel era católica y facha.