Mi estancia en Barcelona se había alargado más de lo
habitual. En lo personal, lejos de molestarme me gustaba, pues además de estar
alejado de Laura física y emocionalmente, nadie me conocía en Barcelona y podía
ejercer mi condición bisexual de manera abierta y sin compromisos de que me
juzgaran o que me sintiera apenado. La ventaja de haber roto con Laura me
permitió descubrirme casi 100% homosexual. Y digo casi, porque en realidad me
seguían (y siguen) gustando las tías, pero esta pausa, este respiro, me
permitió descubrir nuevas facetas del ambiente gay: saunas, clubes, bares de
encuentro y fetish, tíos contactados por Grindr o buscar tíos en Chueca. Todo
esto se había convertido en un paraíso de encuentro de pollas, de mamadas y
folladas a las cuales nunca había yo dedicado el tiempo suficiente.
Como comenté en otro post, me fui a trabajar
unos meses en Barcelona y allí frecuenté cualquier cantidad de saunas y bares
gays que me hizo la vida más cómoda y agradable. Vivía en un piso cerca del
Monumento de Cristóbal Colón que había alquilado la compañía especialmente para
mí. No tenía casero ni nadie que estuviese pendiente de mi vida. Los vecinos
andaban cada cual en lo suyo, lo que me permitía de vez en cuando una
aventurilla dentro del piso. Eso era algo que no podía hacer en Madrid, pues, a
pesar de vivir solo, mis vecinos conocían mis rutinas diarias y me sabían
heterosexual. No sé por qué, pero nunca quise cambiar esa imagen de “niño sano”,
de “chico común” que mis vecinos tenían de mí.
En una de las incursiones que realicé al Cine Arenas
llegué a esperar hasta cuarenta minutos para tener algo de acción. Esto es algo
común. A veces llegaba al Cine Duque de Alba y pasaban hasta casi dos horas
para poder liarme con alguien. ¡Y no era por timidez! A veces el ambiente está
tranquilo, como hay días en que no había terminado de entrar cuando algún
vejete estaba de rodillas abriendo mi bragueta.
Como comenté antes, fui con
frecuencia al Cine Arenas en Barcelona, a pocos meses de su cierre definitivo. Iba por la
nostalgia que me producía no tener cerca mi amado Cine Duque de Alba. Mis
queridos vejetes, ¿alguno extrañará mi polla? Lo cierto es que entré al
mini-cine del Cine Arenas y me topé con un tío que solo miraba la pantalla. El
movimiento era especialmente lento ese mediodía de semana. Más allá, había otro
tío sentado. También miraba la pantalla pero cada tanto tiempo miraba hacia la
entrada. ¿Estaría esperando a alguien? ¿Estaba deseando algún contacto con
alguno de los presentes? Sin embargo, de pronto, el tío sentado hizo contacto
visual con el tío de pié. El tío sentado se levantó con calma y se acercó al
tipo de pie. El tío que estaba sentado se sitúa a su lado, hay un cruce de
miradas, un toqueteo de las manos y de pronto el tío que estaba sentado se abre
la bragueta y se saca la polla. A lo lejos pude ver, en tanto la oscuridad me
permitía, una buena polla. De esas que son más grandes de lo normal sin llegar
a ser descomunales. El otro tío sin pensarlo dos veces se arrodilla y comienza
la ceremonia de la mamada. Se veía que lo hacía bien, pues el tío de pie echa
la cabeza para atrás y de vez en cuando deja perder su mirada en la pantalla
del cine.
En el cuarto oscuro, me topé con dos tíos que
charlaban de manera plácida. ¿Qué clase de gente es esta que se viene a un Cine
de estos a conversar? Pensé. Sin embargo, también recordé que yo de vez en cuando,
después de una buena mamada o alguna paja, me quedaba charlando con los vejetes
del Cine Duque de Alba. Pero luego de un rato pude fijarme que se estaban
haciendo una paja mutua. ¡Qué envidia me dio! Me dio envidia porque era lo que
yo llamo “pajilla charlera”, nos vamos haciendo una paja de lo más normal y
lento mientras conversamos de cualquier cosa. Por lo general converso sobre si ¿te
gusta así de lento?, ¿así o prefieres más rápido?, ¿quieres que te folle?, si tu
mujer nos pilla ¿se nos une?, ¿quieres que te coma la polla? Y entre una
conversa y otra se pueden pasar unos cuantos minutos entretenidos con una paja-retardada, la cual permite en la medida de lo posible, atrasar la oportunidad de corrernos juntos.
Decido acercarme teniendo miedo de romper el
hechizo. A veces, cuando un tercer tío
se acerca, pueden pasar tres cosas: 1. Se arma un trío. 2. Se desarma todo y
nadie queda con nada y 3. Hay rechazo hacia el elemento extraño. Estas cosas ya
me han pasado y aunque no llevo una estadística al respecto, por lo general me
han pasado un poco de cada cosa. Sin ánimos de romper nada, me siento junto a
uno de los tíos con la intención de ver más de cerca. Yo no me había sacado mi
polla a pesar de que ya la comenzaba a sentir morcillona.
El tío que estaba al otro extremo comenzó a
lamerle las tetillas al tío del centro. Yo aprovecho de tocar el muslo del tío
que quedó en el centro y éste inmediatamente me mira como condescendiendo y dando
autorización para ir más allá. En eso, éste tío comienza a tocarme el paquete y
decido entonces bajarme los pantalones hasta el tobillo. Decido humedecer mis
dedos índice y medio para acariciar la tetilla que le quedaba libre al tío del
centro. ¡Estalla de placer! El otro tío sigue concentrado en lamer tetilla y en
pajear al tío del centro. ¿Será uno de esos días en que se arma un menage a
trois?, pensé.
Aparece frente a nosotros un macho ibérico.
Oso. Inmenso. Con un intenso olor a sudor ya agrio. Su polla salía libremente
de su pantalón. Era una polla de poca envergadura pero compensaba la falta de
tamaño por un grosor considerable. Una polla que con la poca luz de la pantalla
podía verse que era venosa y con un glande grande y macizo. En lo personal,
este cuarto tío me fue quitando las ganas. Olía muy fuerte. Le ofreció la polla
al tío del centro quien empezó a mamar. Creo incluso que le dolía la mandíbula.
Como escribí, no era tanto la envergadura como lo grueso y voluminoso de la
polla.
Luego el tío del centro me ofrece la polla.
Debo reconocer que tenía ganas de probarla. Abro la boca. Tengo que abrir la
boca un poco más de lo normal, pero el olor a rancio me impide controlar las
ganas de seguir mamando. El tío, de pie, comienza a sobarme la cabeza. Siento
que sus manos están grasosas. Realmente no me está animando mucho. Dejo de mamar.
- - Mamas como nadie, macho. – me dice.
- ¿Te gusta? – le increpo.
- ¡Qué caliente me pones, macho! – me responde. Le extiendo una sonrisa mientras sigo
pajeandolo. ¡Madre mía! ¡Qué polla tan gruesa! ¡Necesitaría varios intentos y
mucho lubricante para que me entre en el ojete! Pensé.
Mientras tanto, el tío sentado en el centro se
está corriendo. Grita y gime mientras el tío del lado extremo sigue mamando. Me
quedo contemplando la escena. El tío no ha dejado que salga una gotita de leche.
El tío que estaba mamando exprime con suavidad el pene con su boca. Cuando deja
de mamar se me queda mirando y escupe al piso una cantidad considerable de lefa
con saliva.
El tío que estaba de pie me pide para correrse
en mi boca. Lo rechazo de forma tajante. Pero el tío que estaba del otro
extremo lo atrae hacia el y comienza una brutal mamada, que lejos de excitarme
me da asco. En verdad el olor era desagradable. El tío del centro había dejado
de pajearme, estaba muerto. Sin lugar a dudas había sido una corrida
insuperable. El tío de pie comenza a llevar el control de la mamada follándose al
tío por la boca. Yo continuaba con una paja suave. En poco tiempo el tío de pie
se corre. A diferencia del tío del centro que pegaba gritos, este daba unos
gemidos raros, como de niña virgen siendo follada por el culo pero sin querer
ser descubierta. El tío se corre. El macho que estaba mamando de nuevo no
separa su boca de la verga del grandulón
hasta que la tiene ya flácida. La exprime con su boca con cuidado, separando
lentamente la boca del pene sin derramar una sola gota de semen. De nuevo me mira
y escupe al piso una considerable cantidad de saliva y leche.
El grandulón se marcha inmediatamente sin dar
las gracias si quiera. Los dos tíos que estaban cuando llegué, se quedan
descansando. ¿Alguien tiene que mamarsela al tío del extremo? Pensé. Pero luego
me dí cuenta que el tío no estaba interesado en que se la casquearan siquiera.
Así que me levanté, me fui al otro extremo del cine, me senté a pajearme.
Varios tíos se me quedaron viendo pero ninguno se me acercó. Me corrí solo,
como cuando era adolescente.
Me quedé un rato más en el Cine Arenas y decidí
regresar a casa. Barcelona se me hacía interesante y entretenida. No quería que se rompiera el hechizo.